viernes, 10 de septiembre de 2010

Los perdedores de los perdedores

En todo hay niveles. Hasta para perder hay grados. Ya sé que puede parecer un planteamiento trivial u obvio, pero ha sido la impresión dominante al hojear las biografías de anarquistas que culminan el libro conmemorativo de los cien años de la CNT titulado Tierra y Libertad, en el que yo mismo he colaborado. Desde el "abuelo" Anselmo Lorenzo al pistolero Quico Sabaté, se suceden las apretadas biografías de veinte personajes representativos del anarquismo español. Los hay de toda laya, desde el teórico hasta el activista, del pacifista al terrorista, del político al sindicalista, del organizador al individualista. Parece prácticamente imposible hallar un denominador común. Excepto... su fracaso. Fracaso general, fracaso sin paliativos, fracaso dentro del fracaso general de la experiencia revolucionaria. No es ya que la vida humana tenga su declive natural en forma de enfermedad y postración, sino que en el caso de ellos a ese deterioro físico inevitable se unió la pesadumbre de la desilusión, la frustración derivada de no llevar a cabo los ideales por los que habían vivido y luchado. Más aún, en no pocos casos fueron abandonados por los suyos, repudiados, proscritos. Y, por supuesto, la guinda final la puso la implacable persecución política de sus enemigos, un hostigamiento que desembocó para la mayor parte de ellos en largos períodos de encarcelamiento, cuando no les condujo directamente al paredón. (El exilio fue, para los que pudieron acogerse a él, lo más parecido al paraíso en la tierra, dadas las circunstancias). No trato de justificarlos, ni siquiera de despertar la piedad hacia ellos. Muchos, aunque equivocados, eran nobles e idealistas. Otros eran unos desalmados, unos asesinos. Reitero que la cuestión no es ahora simpatizar o no, comprenderles o condenarles, sino algo más sencillo, una simple constatación. Como decía al principio, hasta en la derrota hay jerarquía: en la historia española éstos son los perdedores de los perdedores.