martes, 14 de abril de 2015

Franco como mito

Franco. Biografía del mito. Antonio Cazorla. Traducción del autor. Alianza Editorial, Madrid, 2015. 376 pp.

Publicado en El Cultural, 10-04-2015.

http://www.elcultural.es/revista/letras/Franco-Biografia-del-mito/36262

Un libro como este, que lleva en la portada un retrato en primer plano del Caudillo y superpuestas en mayúsculas y grandes dimensiones seis letras (FRANCO), puede dar la impresión casi inevitable de que constituye una biografía más del dictador. Por eso, lo primero y más urgente para el crítico es aclarar que no se trata exactamente de eso. El subtítulo precisa más la intención del autor: trazar una biografía no tanto de la persona real -el militar, el político, el gobernante- cuanto del personaje -el “mito”- que la propaganda construyó para legitimar su poder, justificar sus decisiones y ensalzar su figura. Es verdad que este perfil de dirigente providencial se superpone al ser de carne y hueso, haciendo a menudo difícil la distinción entre uno y otro. Pero en todo caso ese el propósito que anima y singulariza este excelente estudio.
Para ello, Antonio Cazorla, profesor de la Trent University en Ontario (Canadá) y autor de otras relevantes publicaciones sobre el franquismo y su época, utiliza muchas aportaciones de los renovadores enfoques de historia social y cultural. Podría decirse por tanto que la cuestión medular de su obra es la “construcción política” de un líder mediante las técnicas y recursos del poder, desde los más brutales a los más sutiles. Su libro es una traducción, realizada por el propio autor, de un ensayo publicado primeramente en inglés, fuera de nuestras fronteras. Menciono este dato porque es relevante para encuadrar adecuadamente el volumen. Así, junto al lenguaje preciso y el tono divulgativo, el lector atento percibirá también un encomiable propósito de explicar la reciente historia española a un público no necesariamente familiarizado ni con la historia ni con España.
Otra de las virtudes del análisis de Cazorla es que adopta una sinceridad bastante inusual en nuestros lares. Tras autocalificarse de socialdemócrata pero no militante de partido, confiesa su antipatía hacia Franco, “convencido de que fue un hombre cruel, egoísta y un tirano que hizo mucho daño”. Pero a continuación se retrotrae a sus años de niñez -el ambiente familiar, el entorno almeriense- para reconocer que, cuando murió el dictador, tanto él como los que le rodeaban sintieron una gran pérdida. Muchos, aún hoy, mantienen ese reconocimiento. ¿Por qué? Ese es el motor de la investigación que le conduce durante los siguientes capítulos a tratar de explicar una historia tan complicada como fascinante: cómo se urdió “la popularidad del Caudillo”.
Ese recorrido por la vida de Franco está hábilmente distribuido en cinco capítulos que, además de seguir un orden cronológico, permiten vislumbrar una determinada faceta del General que implica un modo (distinto) de actuar y manifestarse en cada período específico. Solo al final se verá hasta qué punto esas imágenes resultan complementarias. Franco fue primero “héroe militar” (1912-1936), luego “salvador de España” en la guerra, “hombre de paz” tras la victoria, “gobernante prudente” entre 1947 y 1961 y modernizador desde comienzos de los años sesenta hasta su muerte. El capítulo sexto y último se dedica muy oportunamente a su memoria (1975-2014) para exponer en breves pinceladas cómo los historiadores, los políticos y no pocos españoles siguen juzgando ese pasado en términos de confrontación.
Cazorla mantiene por lo general un tono ponderado, sin que ello signifique en lo más mínimo una rebaja del tono crítico con respecto a la casi totalidad de los actos realizados por Franco, tanto como militar como jefe del Estado. Por otro lado, las “públicas virtudes” que tantos le admiraron –patriotismo, valor, equilibrio, paciencia, astucia- fueron, en su opinión, producto de una hábil y persistente hagiografía que empezó magnificando sus lances en tierras marroquíes y continuó hasta su lecho de muerte como “abuelo benevolente”. En el último capítulo el autor sale del ámbito histórico y se sumerge en el debate político de la memoria histórica: la necesidad de sintetizar le lleva a posiciones un tanto estereotipadas en un terreno siempre pantanoso. Concluye Cazorla su periplo arguyendo que lo peor, con todo, es que los españoles no hayan sabido construir en esta etapa democrática que ahora vivimos un legado o “espacio común” de la memoria y de la discusión racional –no visceral- sobre nuestro reciente pasado. Este libro, dice, quiere contribuir a ello.

jueves, 9 de abril de 2015

Dragó sobre Roldán

La canción de Roldán. Crimen y castigo. Fernando Sánchez-Dragó. Planeta, Barcelona, 2015. 632 pp.

Publicado en El Cultural, 27/03/2015.

http://www.elcultural.es/revista/letras/La-cancion-de-Roldan/36182

Uno de los rasgos de Fernando Sánchez-Dragó (Madrid, 1936) es que su locuacidad le lleva, sin que haya que esperar mucho, a que lo cuente todo o casi todo. A su manera, claro. En este caso solo hay que esperar a la p. 35 para ver todas las cartas boca arriba: el editor habitual de Dragó le cita y le tienta con el tipo de ofrecimiento que un escritor no puede rechazar. “Tenemos una bomba entre las manos (…) Un figurón de la España corrupta está dispuesto a cantar de plano”. Es verdad lo del figurón, nada menos que Luis Roldán (Zaragoza, 1943), exdirector de la Guardia Civil y uno de los personajes más característicos de la corrupción de la etapa felipista. Lo de cantar de plano es ya harina de otro costal, pero eso quedará a juicio del lector y solo al final de las más de seiscientas páginas del texto.
Lo más normal en estos casos es que el sujeto en cuestión se despache con su versión –sus “memorias”- pero Roldán no quiere ser el autor del libro y propone el nombre de Dragó para la operación. Este se resiste arguyendo que esa clase de obra no es su género ni su estilo, pero termina aceptando no tanto –sugiere- por los argumentos del editor como por la concatenación de azares o “avisos” que le llevan a apropiarse del dictamen de Javier Cercas en Anatomía de un instante: a veces no es el escritor el que elige su tema sino el tema “quien lo está buscando a él”. Una sucesión de casualidades (en París, Laos y el Teatro de los Gatos de Moscú) inclinan la balanza a favor de la aceptación, con solo una condición básica: Dragó admite el encargo pero escribirá una novela. “Una novela de no ficción”, recalca y así, literalmente, aparece en la portada del volumen.
Esto último (¿un oxímoron…, o no?) conduce de modo inevitable a una breve reflexión sobre las fronteras de los géneros. La mención a Cercas no es casual, como no lo sería tampoco aludir a su última obra (El impostor) o citar al último Muñoz Molina (Como la sombra que se va). ¿Cómo encuadrar lo que ha escrito Dragó? Su propio énfasis en calificarlo como novela delata lo controvertible del empeño. No hay aquí personajes de ficción y sí un loable ánimo de recuperar la verdad histórica, con todo lujo de detalles por cierto. La referencia inevitable sería pues A sangre fría de Truman Capote. Dragó la cita en varias ocasiones, junto con Limónov de Emmanuel Carrère, El cero y el infinito de Arthur Koestler y hasta Crimen y castigo de Dostoievski, que presta su subtítulo al libro. Para bien y para mal Dragó se pone el listón bien alto. En esta hibridación de géneros que representa La canción de Roldán, si hay invención es, en todo caso, para rellenar lagunas que, de otro modo, quedarían simplemente como espacios en blanco. Otra cosa muy distinta es que el ego de Sanchez-Dragó se expanda incontenible a lo largo de las páginas, hasta el punto de desdibujar al propio Roldán.
Consciente del reto que ha asumido, Dragó reconoce que el valor de su obra no se podrá medir por revelaciones inéditas ni aportaciones documentales (con excepción del diario de Roldán en la cárcel de Brieva, de escasa relevancia más allá del testimonio personal). Pese a que el autor, con ayuda de Javier Redondo Jordán y Anna Grau, ha intentado entrevistar a los principales protagonistas de los acontecimientos y recopilar todo el material disponible, su libro no se inscribe en la órbita del periodismo de investigación como el que realizaron en su día Antonio Rubio y Manuel Cerdán. Dragó ha escrito una obra muy personal que disecciona la figura de Roldán pero que trasciende al hombre concreto y se convierte en una reflexión sobre una cierta banalidad del mal (en este caso un mal con minúscula comparado con el Holocausto: la corrupción) en una España de mezquinos, impostores y aprovechados. Él mantiene, con su énfasis habitual, que es la España de siempre, la de la picaresca, porque este país no tiene arreglo. Por eso dice también que “Roldán somos todos”. O que todos pudimos llegar a serlo si hubiéramos estado en su situación, lo cual es ciertamente discutible. Menos cuestionable podría ser su conclusión última sobre Roldán como chivo expiatorio, en la medida en que otros a su lado cometieron iguales o mayores tropelías con muchísimo menor coste. En todo caso, si eso y la expiación de sus desmanes redime al personaje, como Dragó pretende, es algo que el lector habrá de juzgar por su cuenta.