lunes, 12 de diciembre de 2011

Barcelona o la corrección política

Me encanta Barcelona por tantas razones que no cabría aquí la simple enumeración de ellas. Me gusta volver a Barcelona cada cierto tiempo y tomarle el pulso a la ciudad. Creo que Barcelona no es sólo la ciudad más europea de España (se podría discutir acerca de lo que los españoles entendemos aquí por "europea", pero eso es otro cantar), sino sobre todo la más atractiva desde el punto de vista urbanístico, la más completa desde el punto de vista estético y la más literaria, se mire por dónde se mire. Una de las cosas que no deja nunca de sorprenderme en cada visita es cómo en estos tiempos de globalización y uniformidad Barcelona sigue conservando una serie de rasgos diferenciales con respecto al resto de España y, muy señaladamente, en relación a Madrid. Para lo bueno y para lo malo. El rechazo de las grandes superficies comerciales en forma de hipermercados ha posibilitado la supervivencia de miles de pequeñas tiendas que llenan de tipismo el centro histórico. La recuperación de la zona marítima, donde siempre puede verse algún tio exhibiéndose completamente desnudo, le proporciona encanto y sensualidad. Por todas partes se nota la fructificación de lo políticamente correcto. Barcelona es, de hecho, la capital de la corrección política, entendida claro está en el sentido concreto que le interesa al nacionalismo catalán: bienvenidos y bienvenidas todos y todas al reino y a la reina del buenismo, del ecologismo, del pacifismo, del igualitarismo, del feminismo, del vegetarianismo, del buenrrollismo y, por supuesto, del progresismo. Entendido todo ello, por supuesto, como le conviene a esa clase dominante que utiliza un poder blando y difuso para legitimar su poder. ¿Tolerancia? Bueno, según y cómo. Para los que somos reacios a cualquier bandera (es decir, a todas las banderas), nos parece que esto es comulgar con ruedas de molino. No en vano, por ejemplo, el castellano es facha y el catalán, progresista. Por eso la enseña rojigualda está proscrita, pero en cambio la senyera se halla hasta en la sopa. Es la ley del embudo y mucha vaselina. ¡Ah, y también mucha buena conciencia, digna de mejor causa!