lunes, 6 de julio de 2015

Mañana será tarde

Mañana será tarde. José Antonio Zarzalejos, Planeta, Barcelona, 2015. 320 pp.

Publicado en El Cultural 3-7-2015.

http://www.elcultural.com/revista/letras/Manana-sera-tarde/36710

La confluencia de la crisis económica mundial con una serie de problemas internos, como la corrupción y el desafío catalanista, ha conducido a un patente desgaste del régimen constitucional del 78. Los defectos de nuestro ordenamiento político se han agravado o, como mínimo, se han hecho más ostensibles. La democracia española no ha sabido encarar los nuevos retos o esa es al menos la opinión mayoritaria en los medios y el debate público. De ahí que haya proliferado una corriente crítica, de corte regeneracionista que, como el regeneracionismo clásico de hace un siglo, hace hincapié en “los males de España”, simbolizados en este caso por unos partidos políticos anquilosados y una clase dirigente –la famosa “casta”- que parece haberse quedado sin respuestas ante los nuevos tiempos.
La figura de José Antonio Zarzalejos (Bilbao, 1954) no requiere presentación alguna. Profesional de los medios –como analista, contertulio o director de importantes diarios- con una larga y acreditada trayectoria, Zarzalejos se ha labrado una sólida reputación de periodista de raza, serio, ponderado, con buenas fuentes y excelentes relaciones con el establishment. Precisamente por todo ello constituye por sí misma una inequívoca señal de alarma de cómo están las cosas que un autor tradicionalmente moderado parezca apostar por una especie de “enmienda a la totalidad” con un libro que se titula de modo inquietante Mañana será tarde y cuya portada se ilustra nada menos que con un paraguas abierto y roto del mapa de España.
Bien es verdad –apresurémonos a matizar- que, tras la lectura del libro, la impresión que queda no llega a ese grado de sobresalto. No es menos cierto, por otro lado, que en los últimos tiempos se han generado en el debate político unos niveles de agresividad y descalificación que han barrido las propuestas moderadas, arrumbadas poco menos que como meros paños calientes, cuando no de expresión de una connivencia culpable con “la casta”. En cualquier caso, el análisis de Zarzalejos se aleja tanto del catastrofismo rayano en la demagogia como de la sugerencia del simple lavado de cara de un sistema que se halla, en su opinión, en una crisis tan grave como profunda.
No es por tanto cuestión de simples retoques ni de cambio de personas, aun siendo necesarias las reformas y el cambio generacional. Lo que se precisa, siempre siguiendo al autor, es un doble proceso, de limpieza por una parte y de reconstrucción por otra. Dicha limpieza de malas prácticas debe hacerse en todos los terrenos y afectar a todos, desde el titular de la Corona (¡qué retrato se hace del anterior rey!) a los grandes periódicos que buscan el amparo del poder. Y tras esa higienización de la vida pública (porque la corrupción no es solo ni principalmente un problema económico), una moralización de los comportamientos individuales y un saneamiento de las instituciones, con el diseño de unas nuevas reglas de juego basadas en la libertad, la independencia de los poderes, la honestidad y el respeto mutuo.
El objetivo principal del libro no es sin embargo establecer un catálogo de soluciones o medidas urgentes. Zarzalejos no propone nada que se pueda parecer a un programa político determinado. Se limita a señalar los males y, de pasada o de modo implícito, sugiera medidas profilácticas. Con todo, quizás la mayor inquietud que queda tras cerrar el libro es que algunos de los problemas que hoy parecen más acuciantes, como la corrupción, son peccata minuta al lado de otros profundamente enquistados, como el encaje catalán y vasco en el edificio constitucional español. Porque para esto último ni Zarzalejos ni nadie tiene hoy por hoy una respuesta satisfactoria.