viernes, 29 de julio de 2011

Violencia gratuita

Ayer vi una película dirigida por Claire Denis que aquí han rebautizado con el original título de “Una mujer en África”. No es de la película, ejemplo del más deleznable cinema europeo pretendidamente “independiente” e “intelectual” de la que quiero hablar, sino de lo que sus imágenes reflejan: la violencia, por decirlo en una palabra, aunque el concepto a estas alturas carezca de las connotaciones emotivas que serían necesarias. Ni siquiera acudiendo a los adjetivos -“atroz”, “repugnante”, “vomitiva”- se lograría dar cuenta de la insondable profundidad de ese infierno –pues el auténtico infierno sigue estando aquí, entre nosotros-. Violencia sádica, despiadada, sin objetivo ni beneficio, violencia gratuita en el doble sentido de carecer de motivación y de que en muchos casos sale poco menos que gratis al agresor, porque ni las sociedades no desarrolladas ni nuestras sociedades supuestamente avanzadas están preparadas para dar adecuada respuesta a quienes cometen tales tropelías. Hemos conseguido catalogar y juzgar esa violencia cuando tiene connotaciones políticas acudiendo a las etiquetas de barbarie, genocidio y crímenes contra la humanidad. Pero no sabemos cómo reaccionar ante ese otro tipo de violencia que está al margen de las ideologías y las doctrinas fundamentalistas. Lo acabamos de ver con el salvaje de Noruega cazando a adolescentes como si fueran conejos. Lo tenemos a diario en las informaciones que nos llegan de países donde la violencia se ha convertido en un deporte nauseabundo, como México o Guatemala… La mayor parte de esa violencia no se puede explicar tan sólo por las condiciones de miseria, porque ni tienes fines liberadores, ni son los más indigentes los que recurren a ella ni las barbaridades se limitan –como se ve en el caso escandinavo- a naciones en las que domine el hambre. Tampoco es una violencia de los oprimidos contra los poderosos sino a menudo lo contrario, contra los más débiles: ¡qué se lo digan a los niños mutilados y a las mujeres sistemáticamente violadas! No hablo –obvio es subrayarlo- de la agresividad del hombre como ser vivo ni del grado de violencia que parece consustancial a toda agrupación humana, sino de un escalón más hacia el abismo: el que hace al hombre el ser más cruel y despiadado de este planeta. Reconozcámoslo: tras la mueca de horror, sólo cabe tratar de olvidar. Aquí y ahora lo cierto es que no sabemos qué hacer.

jueves, 7 de julio de 2011

Dios

Dos noticias recientes me han llamado la atención. Distintas, terminan por converger en un punto que me ha resultado perturbador. La primera estaba relacionada con la reciente detención de Ratko Mladic, el genocida de Srebrenica. Un joven, testigo parcial de los horribles acontecimientos, contaba que había sobrevivido por voluntad expresa del citado Mladic. Mientras muchas otras personas a su alrededor, hombres y mujeres, ancianos y niños, eran señalados para una matanza inmisericorde, el joven en cuestión era elegido por el dedo de Mladic para vivir. ¿Por qué?, le preguntaban. Y él respondía con una lucidez apabullante: por nada, es decir, por ninguna razón. Mladic decidía quién viviría y quién moriría aleatoriamente o por su santa voluntad. Él era Dios y necesitaba que alguien lo supiese y diese testimonio de ello. La segunda noticia no sé si estaba relacionada con la muerte de Semprún y la rememoración de su oscuro papel en Buchenwald. Alguien, (no sé quién exactamente, pero debía ser otro superviviente del Lager) decía que se había negado en un campo de concentración a desempeñar tareas burocráticas, aunque tal labor le habría supuesto escapar de las penalidades cotidianas y representar casi un seguro de vida. El periodista le hacía la misma pregunta, "¿por qué?", y él contestaba: porque no quería ser Dios y decidir soberanamente sobre la vida y la muerte. Me limito a dejar constancia del asunto. Si yo tuviera el talento de Borges, creo que podría escribir un bello cuento moral.