lunes, 11 de diciembre de 2017

El reinado de Juan Carlos I

LUCES DE UN REINADO

José Luis García Delgado (ed.): Rey de la democracia, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017. 296 pp.

Publicado en Revista de Libros, 6-11-2017.

http://www.revistadelibros.com/resenas/rey-de-la-democracia-garcia-delgado

“Luces y sombras” es una expresión clásica a la hora de establecer un balance que se pretenda equilibrado de un determinado período histórico, la trayectoria de un personaje, el desarrollo de un proceso o la ejecutoria de una institución. Esto reza también para los treinta y nueve años del reinado de Juan Carlos I (1975-2014), protagonista de una iniciativa política excepcional y símbolo eminente del tránsito entre un régimen dictatorial y un sistema democrático.
La abdicación se ha producido en una fecha que está todavía muy cercana a nosotros. Por otro lado, el Rey, si se me permite la adaptación de la expresión tradicional, “ha muerto” –en términos políticos e institucionales- pero el hombre sigue vivo. Todo ello nos obligaría como historiadores, no como cronistas de la actualidad, a mantener ciertas cautelas. Se ha publicado muchísimo sobre la transición, pero aún queda bastante por saber e investigar de esta reciente fase de nuestro país, sobre todo en el ámbito de la “historia menuda” (que en ocasiones no lo es tanto). El propio sujeto físico, como queda dicho, puede tener todavía un considerable trecho vital y, aunque ahora en segundo plano, su condición de ex Rey o Rey emérito le permite jugar un influyente y nada desdeñable papel representativo o de prestigio. No arriesgo nada, por tanto, al asegurar que, como ha sucedido en muchas otras ocasiones, de aquí a los próximos años saldrán a la luz múltiples documentos y se conocerán algunos pormenores que, a buen seguro, cambiarán en algunos aspectos nuestra percepción de los acontecimientos.
Ahora bien, una vez dicho eso, habría que alegar en sentido opuesto dos reconocimientos que me parecen tan incuestionables o más que los anteriores. El primero cae por su propio peso: la abdicación del Rey cierra indudablemente un ciclo. La tentación de acometer un inventario de todo lo ocurrido en esas casi cuatro décadas es casi irreprimible y es normal que en los tiempos de aceleración histórica que vivimos, nadie o casi nadie pueda resistirse. Ni los historiadores ni las editoriales, que en último término satisfacen las demandas de un público que exige este tipo de cuentas. El segundo reconocimiento añade simplemente un matiz, al tiempo que me permite entrar ya en el meollo de la cuestión. Ningún período del pasado –y mucho menos los más cercanos a nosotros- está definitivamente establecido para los historiadores, es decir, queda como campo yermo, clausurado para siempre. Por el contrario, el pasado cambia y cabe incluso subrayar que cambia constantemente, en función de la perspectiva desde la que lo contemplamos. No estoy hablando, como antes, del surgimiento de nuevos datos sino simplemente de la irrupción de nuevas miradas que alterarán con absoluta certeza –lo están haciendo ya- la consideración de este pasado reciente. Difícilmente puede negarse que la propia situación política actual, marcada por la incertidumbre secesionista y la irrupción de nuevos partidos radicales, hace inevitable una reflexión sobre la trayectoria recorrida, al compás de los cambios experimentados por el análisis, comprensión y aprecio de la España de Juan Carlos I.

La obra que aquí se reseña acusa un claro perfil generacional, marcado por la satisfacción por el camino recorrido y el modo de haberlo llevado a cabo: en suma, la tesis de que el reinado de Juan Carlos I constituye no solo un momento francamente positivo en la historia española sino que, mirado con perspectiva histórica, resulta ser por contraste con un pasado sombrío, un período excepcionalmente fructífero en todos los órdenes. Y que debemos tomar nota de todo ello para hacer frente a las dificultades de los tiempos que corren. El que firma estas líneas se adscribe sin reservas o duda alguna a los presupuestos, argumentaciones y líneas de análisis que desarrollan los autores que participan en este volumen colectivo. Es difícil no estar de acuerdo con Mario Vargas Llosa, que cierra el volumen con un epílogo encomiástico, cuando afirma que los años del reinado de Juan Carlos I, han sido “los más libres, democráticos y prósperos de la larga historia de España”. Es cierto, entre otras cosas, porque la historia de España no abunda en teoría y práctica –al menos continuada- de libertades, democracia y prosperidad. Algunos menos estarán de acuerdo en la apreciación de que esos bienes se deben “en gran parte a su tino y astucia”. Sin negar estas cualidades, no son pocos hoy en día los que las relativizan o prefieren resaltar otros factores menos personalistas. Y aumentarán sin duda las defecciones o, al menos, las matizaciones circunspectas, al leer la catarata de elogios que el escritor hispano-peruano adjudica al monarca: “su destreza política, simpatía, talante y cercanía con la gente común” han logrado “recobrar para la Monarquía española un apoyo popular entusiasta”, que se prolonga incluso en los tiempos que corren, en los que el Rey “ha recibido múltiples manifestaciones de cariño en todas sus presentaciones públicas y muy pocos ataques y diatribas” (pp. 265-266).
No hace falta ser un furibundo antimonárquico para alegar por lo pronto -o por lo menos- que no es precisamente eso lo que dicen las encuestas de opinión pública en España acerca de la popularidad de la Monarquía y en concreto de la figura de don Juan Carlos en los últimos tiempos. No es una cuestión menor porque a cualquiera se le alcanza que, de haberse mantenido la aceptación que en efecto tuvo en un momento dado Juan Carlos I, no se hubiera producido la abdicación. En última instancia bien puede decirse que fue el propio Rey el que reconoció meses antes la gravedad de la situación cuando, aún convaleciente del sonado accidente de Botsuana, hizo aquellas sorprendentes declaraciones desde el propio hospital: “Lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”. Todo lo que vino después, incluyendo naturalmente la propia decisión de abdicar, no fueron más que las consecuencias inevitables de ese deterioro (justo o injusto: de eso hablamos luego) de la imagen de la Corona en la opinión pública española. La no invitación a don Juan Carlos en la reciente conmemoración del cuarenta aniversario de las primeras elecciones democráticas (15 de junio de 1977) es un síntoma significativo –e incuestionablemente chocante- de cómo están las cosas…
Seamos sinceros y cojamos el toro por los cuernos. Un libro de las características del que estamos hablando surge en un contexto muy determinado que sería hipócrita ignorar o encubrir. En este sentido, por tanto, tengo que hacer constar que me parece más adecuada la declaración de principios –un poco renqueante, todo hay que decirlo- que efectúa en las páginas iniciales el editor, José Luis García Delgado (pp. 11-13). Una declaración –adelanto ya- que explica también tanto el sentido de este libro como la idoneidad del momento concreto en que aparece. Lo que en el fondo se sostiene en dicho prólogo es que no están los tiempos para aparatosas celebraciones ni, mucho menos, para alharacas palaciegas, pues la crisis ha dejado profunda mella en la sociedad española y aguda sensibilidad en la opinión pública. García Delgado se expresa de manera cauta y circunspecta, sin entrar en detalles incómodos, aludiendo tan solo a la “severidad de la crisis que enmarca el final del reinado y las circunstancias que lo rodearon”.
Las “circunstancias” están en la mente de todos y, de hecho, alguno de los colaboradores del libro, como Charles Powell, alude con nombres propios (Urdangarín, Botsuana) a las contingencias del fin del reinado (p. 191). Volviendo a las palabras del editor y prologuista, García Delgado argumenta que estos últimos eventos han dejado en la vida política española y en la opinión pública un sedimento agrio que es inútil negar. De ahí precisamente “una doble percepción” que explica la necesidad de un libro como este: primero, que las grandes aportaciones del monarca a lo largo de casi cuatro décadas “han sido relegadas, cuando no desdibujadas, por el paso de los años”; y segundo, estrechamente vinculado con lo anterior, “que al enjuiciar el papel histórico del hoy Rey emérito acabe pesando más lo anecdótico que lo fundamental, lo menor que lo mayor, o lo privado frente a lo público”. A buen entendedor…
Dejando de lado los matices formales, no podemos estar más de acuerdo con las premisas enunciadas. Y es completamente congruente ese planteamiento con el tono general del libro, un “producto académico” pero también un acto o “impulso cívico” de reconocimiento y gratitud a la figura del Monarca, como explícitamente señala Francesc de Carreras (p. 80). Tanto es así que, volviendo una vez más al prologuista, se vincula el plano del conocimiento en el que esta obra se sitúa con una inyección de moral ciudadana y hasta de impulso patriótico: “conocer mejor un pasado que puede alimentar nuestra autoestima para mejor ganar el tiempo que viene” (p. 12). Un ideal de ciudadanía ilustrada que está especialmente presente en el espíritu del artículo que firma Victoria Camps, no casualmente titulado “De súbditos a ciudadanos”. En definitiva, el propósito de esta obra colectiva, y al que se han atenido escrupulosamente todos los participantes en la misma, es ir a lo esencial y dejar al margen lo contingente. Esto supone, evidentemente, dar prioridad (absoluta) a lo público e institucional y, dentro de esta esfera, seleccionar aquellos campos concretos en los que haya “acreditadas contribuciones” de la figura que aquí “se erige como protagonista”, es decir, el Rey.
En este sentido, la organización del libro, el criterio de selección de parcelas relevantes, los asuntos concretos que se tratan y hasta la elección de los especialistas –todos ellos figuras relevantes en sus campos específicos- deja poco margen a un disentimiento razonado. Es verdad que no debe buscarse en estas páginas un tratamiento sistemático ni se pretende por otro lado competir con los relativamente numerosos volúmenes que se proponen ofrecer una semblanza biográfica de don Juan Carlos. Aquí no hay biografía propiamente dicha, aunque algunos artículos –por ejemplo, los de Juan Francisco Fuentes y Fernando Puell- contienen distintos apuntes de la vida del monarca que ambos historiadores consideran pertinentes para entender sus decisiones. También, por otro lado, la complementariedad de perspectivas que explícitamente se busca da al volumen un tono satisfactorio de homogeneidad, aunque no evita el inconveniente de las reiteraciones y solapamientos.
Los ocho capítulos que integran el volumen –aparte de los ya aludidos prólogo y epílogo- hacen un recorrido bastante consecuente con los objetivos generales antedichos. En el primero de ellos, el profesor Fuentes traza en magníficas pinceladas impresionistas el retrato de una generación: los hombres que no vivieron la guerra civil –los nacidos entre 1932 y 1942 y, entre ellos, muy particularmente, el Rey, Suárez y Felipe González- concibieron la transición como “proyecto generacional”, o sea, como una oportunidad crucial para el país y para ellos mismos como artífices de un proceso histórico de transformación de un régimen dictatorial en una democracia moderna. Le sigue (capítulo segundo) la contribución de Santos Juliá, que resulta ser -de entre todas- la de más acentuado carácter historiográfico en el sentido convencional, hasta el punto de que la figura de don Juan Carlos aparece solo como culminación exitosa de un tortuoso proceso histórico (por decirlo brevemente, los encuentros y desencuentros de la Corona y la democracia en el último siglo y medio). Para que se hagan una idea de lo que quiero decir, baste señalar que el protagonista de este capítulo es mucho más don Juan de Borbón que el propio Juan Carlos I.
Francesc de Carreras aborda a continuación los aspectos jurídicos de la transición, las claves de la monarquía parlamentaria y el estatus de la Corona. Puell de la Villa, que se ocupa de la faceta militar, resalta con toda la razón que la formación castrense del Rey resultó determinante “para que, en 1975, las Fuerzas Armadas respaldasen sin fisuras el inicio de aquel incierto reinado y también para que, cuando las aguas se tornaron turbulentas” el Monarca pudiera “sofocar cuantos intentos se urdieron para interrumpir el proceso” (p. 117). Incluyendo, por supuesto, la intentona más grave de todas, la del 23 de febrero de 1981 (p. 136). Charles Powell hace una excelente síntesis de la actividad internacional del Rey, distinguiendo tres grandes fases (los inicios, hasta el primer gobierno de Felipe González; las dos décadas finales del XX, con el cénit entre 1991 y 1992; y el lento declive desde comienzos del siglo XXI) y aportando algún que otro dato que ha resultado escandaloso para algunos medios, como el supuesto ofrecimiento real al embajador estadounidense de “estudiar la entrega de Melilla a Marruecos” (p. 174).
El capítulo cinco lo firma José-Carlos Mainer con unas cautelas iniciales que, sin embargo, como era previsible, desembocan luego en un tributo asimilable a los anteriores: “El legado cultural de la España de 1975-2014 es la consecuencia de una vigorosa autoafirmación de todo un país” (…) Y debe reconocerse el esfuerzo del Rey por encarnar una idea de la sociedad española de la que supo asumir con naturalidad la huella de un nacionalismo cívico, liberal e integrador” (pp. 221-222). En el siguiente, Victoria Camps destaca que la monarquía “dejó pronto de ser ese mal necesario” que implicaba la transición “para convertirse en un factor esencialmente conciliador” (p. 235). Y, en fin, lo más significativo de la contribución de Javier Gomá en el capítulo octavo puede ser resumido mediante dos acuñaciones suyas: la “variante española” del proceso de modernización fue… “tarde pero bien”. El Rey asumió “en este empeño colectivo un protagonismo incuestionable contribuyendo de forma determinante a su éxito” (pp. 242, 248, 255).
El cuadro resultante es sin duda el resultado de una hábil y certera utilización de las técnicas y aptitudes de los autores. Aunque hay capítulos muy aceptables y otros que parecen hechos con simple pericia –como si algún autor pusiera, dado su oficio, el piloto automático- debe admitirse que el conjunto raya a buen nivel y se lee con interés sostenido, aunque su misma homogeneidad -como ahora voy a señalar- termina por jugar en su contra, como esas novelas negras que se leen bien pero sabiendo desde la mitad quién es el asesino. Para huir de alusiones que se juzguen frívolas, lo diré de otra manera. En mi opinión, el retrato es fidedigno, porque en estas páginas se da cabida a muchas facetas de lo que fue aquella España entre 1975 y 2014. Todo lo que está aquí es verdad... Pero no es toda la verdad. Como decía al principio, toda vida –personal o de una institución- tiene luces y sombras. Un balance que se repute equilibrado debe por fuerza, como sucede en cualquier contabilidad, señalar el debe y el haber. Los autores pueden alegar en su mayor parte que no silencian los puntos oscuros. Pero lo hacen con tantas precauciones, con tanta sordina, que casi parecen pedir perdón por la mera mención.
Esto no tiene nada que ver con el resultado del balance. Ya he señalado –y repito ahora, por si hace falta- que también suscribo el unánime dictamen: el reinado de Juan Carlos I ha constituido una etapa excepcionalmente positiva en la trayectoria del país. Probablemente es injusto que las últimas actuaciones del Monarca –casi todas ellas de naturaleza estrictamente privada- le hayan pasado tan alta factura en la consideración pública y hayan manchado una ejecutoria tan brillante. Pero, nos guste más o menos, así ha sido. Como es sabido, la distinción entre “vicios privados” y “públicas virtudes” es un tema clásico de la ética política. El monarca, por su condición tan particular, está más sujeto al escrutinio público que el gobernante elegido. En su capítulo, Francesc de Carreras sostiene –manteniéndose en un plano teórico- que en una sociedad avanzada “la perpetuación de una monarquía depende, en gran medida, de la auctoritas del Rey y de la familia real”. La fuente de esta auctoritas es “la aceptación popular”, el crédito que “le otorguen al Rey los ciudadanos para el cumplimiento de sus funciones. El comportamiento personal del Rey o Reina –y del resto de los miembros de la familia real- en el desempeño de sus tareas así como la ejemplaridad de sus vidas privadas (…) serán piezas fundamentales de las que dependerá que la Monarquía” subsista (p. 113). Si aplicamos esas consideraciones generales a la arena política concreta de los años 2010-2014, grosso modo, se pueden entender muchas cosas que aquí, en este libro, no se citan o, en el mejor de los casos, se mencionan de pasada.
Hay otra cuestión que no puedo dejar de lado, ya para finalizar. Independientemente de su figura, su talante, su carácter y sus actos concretos, Juan Carlos I y su reinado son indisociables de la transición. De hecho, una gran parte de la valoración positiva de él -como persona y como Rey- y de sus años en la jefatura del Estado provienen precisamente del protagonismo que se le reconoce en el tránsito pacífico y ordenado de la dictadura franquista a la democracia. Y en la defensa de esta cuando se vio amenazada por poderosas fuerzas involucionistas. Los autores del libro enjuician superlativamente al Rey -no sólo, pero sí en gran medida- porque aprecian el modo en que se hizo el cambio político. Para la mayor parte de ellos la transición formó parte de sus vidas. Pero hoy día se percibe en la sociedad y en la vida pública española una clara ruptura generacional.
Los nietos políticos de la transición –quienes nacieron ya en democracia o eran muy niños en los estertores del franquismo- impugnan el proceso: la transición como apaño, fraude, pacto de silencio o incluso traición. Si le dimos tanta importancia a la ruptura generacional que posibilitó aquella transformación política, según analizaba Juan Francisco Fuentes, tendríamos que otorgársela también a esta otra fisura en sentido inverso. Esa crítica supone por tanto una enmienda a la totalidad a la forma de Estado. Desde esos presupuestos políticos, la valoración de Juan Carlos I cae por la propia base, nunca mejor dicho. Para estos sectores, ya no se trata tanto de juzgar severamente sus actos concretos –y enfatizar sus posibles errores o sus avatares privados- sino de combatir a la propia institución. Una parte creciente de los españoles -sobre todo los más jóvenes- y no pocos sectores políticos alternativos, radicales, nacionalistas y populistas, propugnan la opción republicana. No podemos –o no debemos- mirar hacia otro lado. Creo sinceramente que el libro que nos ha ocupado hubiera cumplido más eficazmente sus objetivos explícitos incorporando algunas miradas más críticas o simplemente reconociendo –aunque solo fuera para combatirlos mejor- el desapego o incluso la desafección hacia la Corona que están ganando terreno en el seno de la sociedad española.

Sobre la transición

Transición. Historia de una política española (1937-2017). Santos Juliá. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2017. 651 pp.

Publicado en El Cultural, 8-12-2017.

http://www.elcultural.com/revista/letras/Transicion-Historia-de-una-politica-espanola-1937-2017/40378

Lo primero que sorprenderá al lector atento en este nuevo libro de Santos Juliá (Ferrol, 1940) son las fechas que acompañan en el subtítulo explicativo al concepto medular de Transición. Acostumbrados a una delimitación cronológica escueta (1976-1978, según el criterio más extendido), la amplitud de las fechas aquí consideradas (¡nada menos que desde 1937 hasta hoy mismo!) sorprenderá y hasta desconcertará a cualquiera. ¿Qué pretende decirnos el reputado historiador, que la transición ha durado ochenta años?
No se trata de eso. Juliá nos propone un amplio recorrido, no de tipo especulativo –formas y modos de transición-, sino de índole política empírica, la transición como alternativa concreta de las fuerzas políticas españolas desde la guerra civil. La indicación es más importante de lo que pueda en principio parecer porque, como el autor advierte desde el preludio, este libro no es exactamente un ensayo de interpretación ni una sociología de la transición ni un fresco cultural del período, sino algo claramente diferenciado de todo ello, la reconstrucción de la historia política de una propuesta y un largo proceso.
La tercera advertencia importante es que Juliá ha hecho un esfuerzo sostenido por atenerse literalmente a los documentos de cada una de las fases que aborda. Siempre que puede deja que hablen los propios textos tal y como fueron redactados en su momento, atendiendo a todos sus matices. Es verdad que esa determinación convierte en farragosos algunos pasajes de las más de seiscientas densas páginas del libro, pero no es menos cierto que al final el interesado o el especialista agradecen ese retorno a las voces originales en vez del habitual refrito adobado con valoraciones particulares.
A pesar de que no resulte evidente en la estructura formal de la obra, el libro tiene dos partes diferenciadas: los primeros siete capítulos, la mitad del conjunto, abarcan las casi cuatro décadas del franquismo. Quizá resulten las más difíciles o incómodas para el lector común, pues se detienen con meticulosidad en los distintos planes de la oposición democrática para superar el trauma de la guerra. Podemos seguir así los sucesivos encuentros y desencuentros de monárquicos y socialistas desde el pacto de San Juan de Luz (1948), las aproximaciones de exiliados y opositores del interior (Munich, 1962), así como las modulaciones comunistas hasta culminar en la fórmula de “reconciliación nacional” (desde 1956).
Los seis capítulos restantes se ocupan de los hechos más próximos a nosotros, o sea, lo que usualmente conocemos como peripecias de la transición y los problemas políticos surgidos en las últimas décadas. Al igual que en páginas anteriores, Juliá ha optado aquí por una fórmula que respeta el orden cronológico pero que en el fondo da primacía a la ordenación temática. Ello se percibe, más nítidamente aún que en las páginas anteriores, en los capítulos que dedica a la transición propiamente dicha.
En el titulado “Libertad” trata de aquel experimento político que no fue a la postre “ni reforma ni ruptura”. En “Amnistía”, quizá uno de los capítulos más impactantes, Juliá demuestra que la transición fue muy generosa con los terroristas –con ETA en particular- sin recibir contrapartidas no ya de quienes empuñaban las armas sino tampoco de nacionalistas ni intelectuales en general. En “Y estatutos de autonomía” analiza las sinuosas negociaciones que dieron como fruto los diversos gobiernos autonómicos, sin que la satisfacción por lo conseguido lograra desplazar una extendida sensación de desencanto. Este último concepto le sirve para rotular el siguiente capítulo, dedicado al ambiente político que rodeó el ascenso y caída de Adolfo Suárez.
Las dos últimas partes de la obra se ocupan de los avatares políticos de las tres últimas décadas. En este caso tanto el análisis como la reflexión de Juliá pivotan sobre dos ejes fundamentales, la cuestión de la memoria histórica y la crisis de la articulación territorial. Por lo que respecta a la primera, el autor, un consumado experto en la materia, disecciona cómo, cuándo y por qué el uso del pasado se convirtió en un momento dado en un arma política al servicio de intereses oportunistas o espurios. En cuanto a la deriva centrífuga de las autonomías, Juliá se centra en las demandas insaciables de los nacionalismos y la convergencia de estos –en particular el catalán- con un populismo antisistema (el fenómeno de Podemos y sus confluencias) hasta desembocar en la crisis actual.

Defensa de España

En defensa de España. Desmontando mitos y leyendas negras. Stanley G. Payne. Espasa, Madrid, 2017. 311 pp. 19,90 €

Publicado en El Cultural, 24-11-2017.

http://www.elcultural.com/revista/letras/En-defensa-de-Espana-Desmontando-mitos-y-leyendas-negras/40317

Este es un libro que nos resulta difícil imaginar que saliera de la pluma de un típico historiador español. Solo lo podemos concebir como obra de un hispanista, esto es, un enamorado de España. Los españoles, con esa pulsión tan cainita y autodestructiva, que no está en nuestro ADN sino en nuestro sustrato histórico-cultural, difícilmente escribiríamos una sinopsis de la trayectoria de nuestro país con un título tan desenvuelto como En defensa de España y un subtítulo tan poco acomplejado como Desmontando mitos y leyendas negras. Más aún, las primeras frases de la primera página describen una historia y un país de “singular riqueza” hasta el punto de que, si usamos términos comparativos, ningún otro “tiene una historia tan rica en sus imágenes ni tan abundante en conceptos, mitos y leyendas”.
¿Estamos ante el viejo enfoque de la excepcionalidad hispana, para lo bueno o para lo malo? ¡En absoluto! Payne deja bien claro desde el comienzo que buena parte de las acuñaciones internas y externas sobre España “son tópicos esencialmente falsos” pero hay otros muchos rasgos, “procesos o logros históricos enormemente complejos” que suponen un reto para la comprensión del historiador. Para el autor, la obligación de este es despojarse de prejuicios en la medida de lo posible, tarea nada fácil cuando la “envidia y desconocimiento” enturbian desde hace siglos la comprensión cabal del país y sus habitantes. A una feroz leyenda negra le sucede el desprecio ilustrado para desembocar en la ambivalente y longeva estampa romántica que reverdece luego en la mitología de la guerra civil y que el franquismo alimentará pro domo sua (la diferencia española).
Los estereotipos son tan poderosos y persistentes, subraya Payne con ironía, que en el ámbito inglés el epítome de la represión sigue siendo el Santo Oficio… “incluso después de haber pasado por el siglo de Auschwitz y del Gulag”. Algo de esto se le podía aplicar al propio autor, estigmatizado desde hace varios lustros en los ambientes progresistas por su interpretación del fracaso de la República, la guerra y el franquismo. El otrora venerado hispanista, autor de una ejemplar síntesis sobre el poder militar e innumerables obras sobre Falange y el fascismo en general, es ahora olímpicamente despreciado como ultraderechista confeso. Las acusaciones ad hominem y el tono bronco y faltón de nuestras controversias, incluso las pretendidamente científicas, delatan la ausencia en nuestros lares de una tradición de tolerancia y fair play.
Tanto es así que, a estas alturas todavía y aunque resulte cansino, resulta necesario explicitar que las estimaciones anteriores no implican, ni mucho menos, suscribir necesariamente las tesis de Payne. Pero tampoco dar por buenas las imputaciones y tergiversaciones sobre su persona y su obra. En concreto, este libro, ganador del premio Espasa de ensayo, no añade nada a la brillante obra investigadora de Payne por la sencilla razón de que es una breve y bastante elemental introducción a la historia de España. A pesar de que tiene notas a pie de página y una relación bibliográfica final, no es un libro dirigido a los historiadores o los especialistas sino al gran público.
El conjunto acusa un gran desequilibrio entre las diversas épocas. Tras una atractiva introducción sobre los “mitos y leyendas” de un “país exótico”, la historia antigua, media y moderna se despachan en los cinco capítulos iniciales. El siglo XIX y la primera parte del XX se abordan de modo sucinto en el capítulo 6. Todo lo que sigue (siete capítulos, más de la mitad del volumen) está dedicado al período que va de la Dictadura de Primo hasta la actualidad. Ni qué decir tiene que el lector encontrará en las páginas dedicadas a los hechos más conflictivos y controvertidos del siglo XX las valoraciones de Payne sobre la crisis republicana, la contienda civil y el franquismo que tanto aplauden unos como incomodan a otros. No es este el lugar más apropiado para mayores honduras, pues Payne traza las grandes líneas del devenir hispano atendiendo a lo fundamental, prescindiendo en general de matizaciones y polémicas eruditas. Estamos ante un libro que privilegia la escritura clara y didáctica y que se puede leer en una tarde. Aunque la historia académica y oficial suele despreciar este tipo de volúmenes y a quienes los hacen, se trata de una divulgación digna y necesaria en una sociedad como la que vivimos.

Los niños de Rusia

Los niños de Rusia. La verdadera historia de una operación de retorno. Rafael Moreno Izquierdo. Crítica, Barcelona, 2017. 508 pp. 24,90 €

Publicado en El Cultural, 3-11-2017.

http://www.elcultural.com/revista/letras/Los-ninos-de-Rusia-La-verdadera-historia-de-una-operacion-de-retorno/40234

La guerra civil es una mina inagotable, no ya solo por los hechos trascendentales que tuvieron lugar en un pequeño lapso histórico entre 1936 y 1939 sino por las consecuencias directas o indirectas que siguieron gravitando en las décadas sucesivas. Por otro lado, aunque complementariamente, cuando parece que pueden agotarse los enfoques más convencionales (políticos, militares, económicos, ideológicos), siempre queda el filón de los avatares humanos, a escala individual o en lo referente a pequeños colectivos que padecieron de modo específico aquella coyuntura dramática. De entre ellos, siempre ha concitado una peculiar atracción la peripecia de aquellos niños que fueron embarcados por sus familias con rumbo al extranjero con el objeto de salvarles la vida o, como mínimo, evitarles los sufrimientos que la guerra conllevaba. Tuvieron aquellas expediciones como destino diversos países pero, por motivos que no son necesarios explicitar aquí, fueron los pequeños embarcados hacia la Unión Soviética los que en mayor medida despertaron entonces y ahora el interés de propios y extraños. Hasta el punto de que la opinión pública acuñó una etiqueta que, aunque imprecisa, con el tiempo se haría insoslayable: los “niños de Rusia”.
Lo primero y principal que se debe advertir al potencial lector es que este libro, que lleva en su portada en letras bastante grandes el título de Los niños de Rusia no trata sin embargo en absoluto de la evacuación, la travesía, llegada ni estancia de aquellos pequeños en la URSS sino tan solo, como advierte un subtítulo mucho más diminuto pero más riguroso, de la operación de retorno, es decir, el proceso inverso, la repatriación. Un fenómeno al que, ciertamente, no se le ha prestado la atención debida. Porque, por más sorprendente que resulte, dada la polarización del mundo de posguerra y dada también la repugnancia recíproca entre los regímenes franquista y soviético, lo cierto fue que se establecieron unos mínimos cauces diplomáticos primero y unos recursos operativos después que posibilitaron el regreso de aquellos niños a su patria.
Aquellos niños, naturalmente, eran ya adultos, entre los 23 y 35 años. De ellos partió la iniciativa del retorno a mediados de los años cincuenta, cuando llevaban ya dos décadas en tierras soviéticas. Según un informe de la DGS española, fue el guipuzcoano José Asensio Orueta quien, a la muerte de Stalin, escribió una carta con esa solicitud a Nikolái Bulganin, a la sazón -septiembre de 1955- presidente del Gobierno, según detalla Moreno Izquierdo (pp. 51-52). La pretensión tenía que hacer frente a un triple desafío, pues significaba llegar a un acuerdo de mínimos entre tres instancias de poder con intereses divergentes, el gobierno de la URSS, el de España y el PCE que, por obvias razones propagandísticas, no tenía el más mínimo interés en la operación y que puso todos los obstáculos posibles para que no se llevara a término.
Tras un tira y afloja que en el libro se documenta con minuciosidad, entre los años 1956 y 1957 llegaron seis expediciones, es decir, seis barcos abarrotados, que atracaron en tierras españolas con compatriotas tan ilusionados como temerosos. Comprensible la ilusión, no menos explicable era el recelo que a unos y otros –los que venían y los que estaban aquí- les despertaba la presencia de unos compatriotas cuya adaptación e inserción se antojaban como mínimo problemáticas, fuese cual fuese el punto de vista que se adoptara. El libro comienza con ese tono esperanzado y anhelante –“El sueño cumplido” se titula el capítulo primero- haciéndose eco de las sensaciones escritas por uno de los retornados, Cecilio Aguirre Iturbe, que tendrá un gran protagonismo como informador del autor y al que está dedicado el libro. Pero luego, según se avanza, se comprueba que, como era previsible, la acomodación del colectivo a la realidad española fue bastante difícil. Y más si tenemos en cuenta que andaba la CIA por medio, con interrogatorios y sospechas que nunca llegaron totalmente a disiparse: ¿había agentes infiltrados? ¿Venían a integrase o a espiar? Pese a tantas dificultades, el autor establece en su prolija investigación unas cifras que hablan por sí solas: de los 2678 españoles que llegaron en las fechas citadas, no llegaron a quedarse según cifras oficiales 388, o sea, el 14,5% del total (p. 305).

El siglo XIX

La lucha por el poder. Europa 1815-1914. Richard J. Evans. Traducción de Juan Rabasseda. Crítica, Barcelona, 2017. 1008 pp. 38,90 €

Publicado en El Cultural, 22-09-2017.

http://www.elcultural.com/revista/letras/La-lucha-por-el-poder-Europa-1815-1914/40058


Los interesados en la historia del siglo XX asociarán sin duda el nombre de Richard Evans con la magna trilogía sobre la Alemania nazi que se ha ido traduciendo al español desde hace unos años: La llegada del Tercer Reich, El Tercer Reich en el poder y El Tercer Reich en guerra (Península, 2005, 2007 y 2011 respectivamente). Evans (Woodford, Londres, 1947), profesor en la Universidad de Cambridge, es un reconocido especialista en la reciente historia germana, aunque también ha escrito sobre cuestiones históricas más generales y, como en el caso que nos ocupa, se ha interesado igualmente por la visión de conjunto: la evolución de Europa en el siglo casi exacto que media entre la derrota definitiva de Napoleón y el estallido de la I Guerra Mundial (1815-1914). Una síntesis –sin notas bibliográficas- que constituye un reto para cualquier historiador y que Evans ha resuelto con maestría y erudición en este denso volumen que supera las mil páginas pero que se lee con facilidad y con un interés que no decae.
Ello es así porque, a diferencia de otras obras de parecidas características, el historiador británico ha confeccionado su ensayo, como él mismo explicita, no solo “como una obra de referencia” sino pensando en que sea “leído desde el principio hasta el final”. No es una mera declaración de intenciones, como puede comprobarse casi en cualquiera de sus páginas. De hecho, ya desde el propio título, se anuncia el propósito de dotar de un sentido inequívoco la interpretación del devenir europeo a lo largo de esas convulsas décadas: para Evans el concepto fundamental que permite unificar y entender la heterogeneidad de acontecimientos que describe es el del poder. Obviamente, poder en un sentido muy amplio: desde el poder político más convencional o el poder de la fuerza bruta hasta el poder económico, cultural e ideológico. Y también, como no podía ser menos, las diversas luchas contra esos poderes establecidos por parte de aquellos que estaban sojuzgados o excluidos, desde las mujeres como colectivo a los proletarios y campesinos.
No es extraño por tanto que el panorama general que bosqueje Evans tenga un marcado carácter político. Dicho de otra manera, en estas páginas vamos a encontrar básicamente una historia política de Europa. De los ocho extensos capítulos que integran la obra, cuatro, la mitad, presentan plenamente ese carácter; otros dos, sin perder del todo esa perspectiva, se inclinan por el análisis social y económico, uno más se dedica a la “conquista de la naturaleza” y, en fin, hay un capítulo para trazar el ambiente cultural, “la era de la emoción”. Puede decirse, pues, que desde el punto de vista formal y de contenido estamos ante un enfoque clásico, nada rupturista.
Ahora bien, conviene aclarar que el autor se propone hacer una historia transnacional –Europa como realidad y no solo ámbito geográfico- y no una mera yuxtaposición de historias nacionales. Mediante pinceladas sueltas, Evans nos va informando de lo que estaba pasando o de cómo se vivía en cada uno de los rincones del Viejo Continente, mencionando incluso de pasada aquellos sucesos del resto del mundo que incidían directamente aquí, como la emancipación de los países americanos o la penetración colonial en Asia. Con todo, es inevitable que unos países tengan muchísimo mayor protagonismo que otros. Así sucede con las grandes potencias que marcan el devenir europeo -Gran Bretaña, Francia y Prusia (luego Alemania), siempre en precario equilibrio y rivalidad, con Rusia en un extremo como contrafigura permanente-, quedando todos los demás actores en un discreto segundo plano o destacando tan solo de forma puntual: unificación de Italia, guerras balcánicas, etc.
Evans combina de modo eficaz el diseño de las grandes líneas y el análisis de las estructuras con la atención al detalle, a la vida cotidiana y a personajes que resultan relevantes por algún motivo. Es sintomático en este sentido que cada capítulo preludie describiendo la trayectoria vital concreta de un hombre o una mujer (hay paridad, cuatro y cuatro, signo de los tiempos). De este modo se ponen rostros o nombres a una determinada situación. En definitiva, el resultado es una mezcla de brillantez y amenidad que consigue satisfacer al especialista sin ahuyentar a un público más amplio.