lunes, 11 de diciembre de 2017

Los niños de Rusia

Los niños de Rusia. La verdadera historia de una operación de retorno. Rafael Moreno Izquierdo. Crítica, Barcelona, 2017. 508 pp. 24,90 €

Publicado en El Cultural, 3-11-2017.

http://www.elcultural.com/revista/letras/Los-ninos-de-Rusia-La-verdadera-historia-de-una-operacion-de-retorno/40234

La guerra civil es una mina inagotable, no ya solo por los hechos trascendentales que tuvieron lugar en un pequeño lapso histórico entre 1936 y 1939 sino por las consecuencias directas o indirectas que siguieron gravitando en las décadas sucesivas. Por otro lado, aunque complementariamente, cuando parece que pueden agotarse los enfoques más convencionales (políticos, militares, económicos, ideológicos), siempre queda el filón de los avatares humanos, a escala individual o en lo referente a pequeños colectivos que padecieron de modo específico aquella coyuntura dramática. De entre ellos, siempre ha concitado una peculiar atracción la peripecia de aquellos niños que fueron embarcados por sus familias con rumbo al extranjero con el objeto de salvarles la vida o, como mínimo, evitarles los sufrimientos que la guerra conllevaba. Tuvieron aquellas expediciones como destino diversos países pero, por motivos que no son necesarios explicitar aquí, fueron los pequeños embarcados hacia la Unión Soviética los que en mayor medida despertaron entonces y ahora el interés de propios y extraños. Hasta el punto de que la opinión pública acuñó una etiqueta que, aunque imprecisa, con el tiempo se haría insoslayable: los “niños de Rusia”.
Lo primero y principal que se debe advertir al potencial lector es que este libro, que lleva en su portada en letras bastante grandes el título de Los niños de Rusia no trata sin embargo en absoluto de la evacuación, la travesía, llegada ni estancia de aquellos pequeños en la URSS sino tan solo, como advierte un subtítulo mucho más diminuto pero más riguroso, de la operación de retorno, es decir, el proceso inverso, la repatriación. Un fenómeno al que, ciertamente, no se le ha prestado la atención debida. Porque, por más sorprendente que resulte, dada la polarización del mundo de posguerra y dada también la repugnancia recíproca entre los regímenes franquista y soviético, lo cierto fue que se establecieron unos mínimos cauces diplomáticos primero y unos recursos operativos después que posibilitaron el regreso de aquellos niños a su patria.
Aquellos niños, naturalmente, eran ya adultos, entre los 23 y 35 años. De ellos partió la iniciativa del retorno a mediados de los años cincuenta, cuando llevaban ya dos décadas en tierras soviéticas. Según un informe de la DGS española, fue el guipuzcoano José Asensio Orueta quien, a la muerte de Stalin, escribió una carta con esa solicitud a Nikolái Bulganin, a la sazón -septiembre de 1955- presidente del Gobierno, según detalla Moreno Izquierdo (pp. 51-52). La pretensión tenía que hacer frente a un triple desafío, pues significaba llegar a un acuerdo de mínimos entre tres instancias de poder con intereses divergentes, el gobierno de la URSS, el de España y el PCE que, por obvias razones propagandísticas, no tenía el más mínimo interés en la operación y que puso todos los obstáculos posibles para que no se llevara a término.
Tras un tira y afloja que en el libro se documenta con minuciosidad, entre los años 1956 y 1957 llegaron seis expediciones, es decir, seis barcos abarrotados, que atracaron en tierras españolas con compatriotas tan ilusionados como temerosos. Comprensible la ilusión, no menos explicable era el recelo que a unos y otros –los que venían y los que estaban aquí- les despertaba la presencia de unos compatriotas cuya adaptación e inserción se antojaban como mínimo problemáticas, fuese cual fuese el punto de vista que se adoptara. El libro comienza con ese tono esperanzado y anhelante –“El sueño cumplido” se titula el capítulo primero- haciéndose eco de las sensaciones escritas por uno de los retornados, Cecilio Aguirre Iturbe, que tendrá un gran protagonismo como informador del autor y al que está dedicado el libro. Pero luego, según se avanza, se comprueba que, como era previsible, la acomodación del colectivo a la realidad española fue bastante difícil. Y más si tenemos en cuenta que andaba la CIA por medio, con interrogatorios y sospechas que nunca llegaron totalmente a disiparse: ¿había agentes infiltrados? ¿Venían a integrase o a espiar? Pese a tantas dificultades, el autor establece en su prolija investigación unas cifras que hablan por sí solas: de los 2678 españoles que llegaron en las fechas citadas, no llegaron a quedarse según cifras oficiales 388, o sea, el 14,5% del total (p. 305).

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