miércoles, 11 de enero de 2012

La mentira como norma

Accede el PP al Gobierno y la primera medida del Consejo de Ministros es subir los impuestos, justo lo contrario de lo que habían prometido en la campaña electoral. Y lo hace un Gobierno que, también en los días previos, se había ufanado de que ellos en todo momento dirían la verdad a los españoles. En el discurso de Navidad, el rey, el jefe del Estado, a propósito de los escándalos desatados en su entorno familiar, proclama que "la justicia es igual para todos", cuando si algo sabe hasta el más lerdo de estos contornos es que en este país, por lo menos aquí y ahora, la justicia dista mucho de ser igual para todos. A estas alturas uno no es tan ingenuo de creerse las promesas electorales ni los discursos institucionales. Es más, no hay que ser puristas ni más papistas que el papa: la vida política, como la vida social, como la vida sin adjetivos, precisa de una cierta dosis de hipocresía. La discreción, las buenas formas, la elegancia y hasta la convivencia misma se nutren de un cierto disimulo. Ir con la verdad por delante a todo trapo nos convertiría al menor descuido en seres zafios y agresivos, poco menos que inaguantables para nuestros semejantes. Pero una cosa es eso y otra muy distinta entronizar la mentira como forma habitual de comportamiento. Porque entonces, en este último caso, es todo el entramado social el que se viene abajo. Tanto poner en primer plano la economía y ahora puede resultar que lo que nos falta para ser un país serio no son sólo los ajustes o el recorte del déficit, sino la capacidad para abordar los asuntos con franqueza, seriedad y rigor. Y un país serio, aparte de tener sus finanzas controladas, tiene que desterrar la mentira como norma.