lunes, 13 de diciembre de 2010

La vida mancha

"Tomo prestado", como dicen ahora (o sea, copio), el título de una película española reciente. Aun siendo buena la obra cinematográfica en cuestión, lo mejor sin duda era el título, éste que ahora adopto para definir la impresión que me produjo hace un par de días una serie de encuentros fortuitos y sucesivos con varios alumnos y ex-alumnos. Ves a las personas en un medio y una situación determinados (en clase, por ejemplo) y, luego, al cambiar el contexto, compruebas que también todo cambia. De sujetos pasivos y pacientes, pasan a ser protagonistas con vida propia. ¡Y qué vida! Una vida que ya no es la de hace pocas décadas, cuando el esfuerzo -mal que bien- significaba optar a cierta recompensa. Una vida más difícil, más dura, más caótica, más inestable. Estamos viviendo un cambio de ciclo, el momento en que el mito del progreso (al menos, un cierto sentido del progreso) se deshace como piedra porosa al contacto con los elementos. Las generaciones venideras no vivirán mejor que nosotros, por lo menos en algunos aspectos fundamentales: hay más paro, más competencia para todo, más abusos, menos seguridades, menos garantías, incluso menor nivel de vida... Hablo de la vida que se le presenta a jóvenes de veinte, veinticinco, treinta años... Nadie les puede garantizar nada. Se asoman a un mundo en el que se han diluido para bien o para mal los valores e ideas de antaño. No quedan siquiera las pequeñas certezas que nos orientaban. Y así vamos: a tientas, a trompicones. Quizás todos estemos un poco perdidos, pero es obvio que unos están mucho más perdidos que otros. Y así nos estamos poniendo todos, perdidos de tantos manchurrones.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

El aprendizaje de la libertad

Hace unos años, dos reconocidos especialistas, José-Carlos Mainer y Santos Juliá publicaron un libro con este título. Se referían a la cultura y al ambiente político del período de la transición española a la democracia, aquellos años inciertos en los que los españoles tuvieron, entre otras cosas, que aprender a comportarse en una sociedad democrática. Me he acordado del título y de la expresión ahora, cuando ha pasado casi medio siglo de aquel momento (¡se dice pronto: medio siglo!) y veo y compruebo que ese aprendizaje de mis compatriotas no fue todo lo provechoso que muchos pensaron ni todo lo formidable que algunos se ufanaron (España, paraíso de libertades). No, señores, España no es el paraíso de la libertad porque nos falta una tradición de tolerancia, de diálogo, de respeto al discrepante y de capacidad de transacción, sin todo lo cual la libertad degenera en hacer lo que me da la gana... ¿y qué? Aquí no se escucha con respeto al oponente sino que no se le deja hablar, se le llama fascista o se le arroja lo más contundente que se tiene a mano. Aquí no se dialoga, sino que se grita y llegado el caso se insulta. Aquí no llega siquiera a escucharse al rival sino que se le etiqueta como enemigo despreciable sencillamente porque no es amigo o amigo de mis amigos. No, el aprendizaje de la libertad es para nosotros, como se decía en la transición, una "asignatura pendiente".