miércoles, 22 de junio de 2011

El arte de la mesura

Me comentan algunos amigos que mi blog está muy bien o, simplemente, que les gusta, pero coinciden en que escribo muy poco. Es verdad. Y es más verdad todavía en el contexto actual: observo que, por lo general, los blogueros escriben sin parar, prácticamente todos los días, en muchas ocasiones varias veces al día. No diré que me parezca mal. Al contrario, en cierto sentido los envidio. Por lo menos, en dos aspectos: tienen un tiempo para dedicar a esto que yo no puedo o no sé encontrar y, lo que es más importante, parece que tienen algo que decir. Sí, algo que decir. Yo, en cambio, me encuentro a menudo más limitado, en el tiempo -como acabo de señalar- y en la fecundidad. Ocurren tantas cosas a nuestro alrededor y ocurren tan de prisa que apenas tengo tiempo a procesarlas. Mucho menos a formarme una opinión digna de tal nombre. Y menos aún, a aspirar que esa opinión sea realmente propia. La inflación no es sólo una categoría económica, sino moral: hay inflación de opiniones y, como pasa con la otra inflación, ello se traduce en desvalorización y empobrecimiento. Siempre recuerdo la introducción que lei hace mucho tiempo en un libro cuyo nombre no viene ahora al caso, en la que el autor argumentaba que había escrito el mencionado volumen porque "tenía algo que decir". En una época y en un mundo en el que todos pretenden hablar -con frecuencia, "hablar por hablar"- quiero remitirme a ese consejo que me parece sabio: hablar tan sólo cuando tenga algo que decir. O, por expresarlo en otros términos, practicar el arte de la prudencia, el sentido de la medida, que hoy parece tan olvidado.

miércoles, 8 de junio de 2011

No es tan fácil, no tan fácil

Hace unos meses, a comienzos de marzo, dedicaba un comentario a la aparición en Francia del opúsculo de Stéphane Hessel que llamaba a la indignación. Bajo el título de "¡Indignaos!: vale... ¿y ahora qué?" aplicaba el llamamiento a la indignación al caso español y manifestaba mis reservas acerca de la operatividad o la viabilidad concreta de ese estado de ánimo colectivo. Nunca tengo a gala adelantarme a los acontecimientos -más bien al contrario, desconfío de las predicciones, mías o ajenas-, pero en este caso puedo decir que clavé los sucesos de estas últimas semanas como si hubiera hablado con el oráculo de Delfos. Máxime si tenemos en cuenta que poco después, refiriéndome a las revueltas que aún sacuden el mundo árabe, hacía unas consideraciones de índole más general acerca del problemático triunfo de los movimientos sociales y las revoluciones en general: eso de que "el pueblo unido jamás será vencido" -argumentaba- es un camelo que no se sostiene ni en la historia ni en la experiencia política del mundo que nos rodea. La retirada de los "indignados" que se habían concentrado en Sol y en otras emblemáticas plazas españolas pone de relieve una vez más lo complicadas que son las cosas y lo difícil que es cambiar un orden determinado. Todavía hay muchos que privada o públicamente alardean de que ellos tal asunto lo solucionan en dos patadas. Serán dos coces, en todo caso, como los borricos. No, no es tan fácil. No es tan fácil cambiar las cosas, ni siquiera cuando se tiene claro qué y cómo cambiar, que no suele ser lo habitual. Mucho menos cuando sólo se tiene el "no" por actitud. ¡Claro que hay muchas cosas que no nos gustan! Pero hay que ofrecer unas alternativas viables. Y, aun antes de éstas, hay que disponer de unas canalizaciones que doten de operatividad cualquier movimiento. Hace mucho que sabemos, y ahora lo deberíamos recordar, que los sueños... sueños son.