miércoles, 8 de junio de 2011

No es tan fácil, no tan fácil

Hace unos meses, a comienzos de marzo, dedicaba un comentario a la aparición en Francia del opúsculo de Stéphane Hessel que llamaba a la indignación. Bajo el título de "¡Indignaos!: vale... ¿y ahora qué?" aplicaba el llamamiento a la indignación al caso español y manifestaba mis reservas acerca de la operatividad o la viabilidad concreta de ese estado de ánimo colectivo. Nunca tengo a gala adelantarme a los acontecimientos -más bien al contrario, desconfío de las predicciones, mías o ajenas-, pero en este caso puedo decir que clavé los sucesos de estas últimas semanas como si hubiera hablado con el oráculo de Delfos. Máxime si tenemos en cuenta que poco después, refiriéndome a las revueltas que aún sacuden el mundo árabe, hacía unas consideraciones de índole más general acerca del problemático triunfo de los movimientos sociales y las revoluciones en general: eso de que "el pueblo unido jamás será vencido" -argumentaba- es un camelo que no se sostiene ni en la historia ni en la experiencia política del mundo que nos rodea. La retirada de los "indignados" que se habían concentrado en Sol y en otras emblemáticas plazas españolas pone de relieve una vez más lo complicadas que son las cosas y lo difícil que es cambiar un orden determinado. Todavía hay muchos que privada o públicamente alardean de que ellos tal asunto lo solucionan en dos patadas. Serán dos coces, en todo caso, como los borricos. No, no es tan fácil. No es tan fácil cambiar las cosas, ni siquiera cuando se tiene claro qué y cómo cambiar, que no suele ser lo habitual. Mucho menos cuando sólo se tiene el "no" por actitud. ¡Claro que hay muchas cosas que no nos gustan! Pero hay que ofrecer unas alternativas viables. Y, aun antes de éstas, hay que disponer de unas canalizaciones que doten de operatividad cualquier movimiento. Hace mucho que sabemos, y ahora lo deberíamos recordar, que los sueños... sueños son.

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