miércoles, 23 de marzo de 2011

El pueblo unido (?) será vencido

¿Por qué unas revoluciones triunfan y otras no? Para el politólogo, para el historiador, para el simple espectador curioso, lo que está ocurriendo en los países árabes constituye un escenario fascinante para analizar movimientos sociales, para plantearse preguntas, para derribar tópicos. Primero fue Túnez y el conflicto se "resolvió" en las coordenadas que el pensamiento de izquierdas ha idealizado: la protesta popular acaba con la dictadura. Luego fue Egipto: costó más, pero el proceso parecía calcado y el desenlace, el mismo: el dictador salió de estampida. Dejando aparte otros países árabes que nos resultan más lejanos (de Yemen a Catar), luego parecía que le tocaba el turno a Libia. Aquí se vio desde el principio que las cosas iban a ser más difíciles pero el avance de los rebeldes sobre Trípoli dibujaba un escenario básicamente idéntico a los anteriores. Pero hete aquí que, de pronto, se rompió la simetría, el sátrapa resistió y sus fuerzas armadas fueron acorralando a los opositores hasta el punto de que, de no ser por la irrupción del Séptimo de Caballería en el último momento, a estas alturas la revuelta estaría sofocada. En cualquier caso, la presencia occidental ha solucionado un problema a costa de crear otros mucho mayores que nos pasarán factura pronto. No obstante, la cuestión ahora no es ésa, sino la caída del mito del pueblo sublevado que derriba tiranías. Nos formamos ideológicamente en la convicción de que "el pueblo unido jamás será vencido". Es absolutamente falso. El pueblo unido no puede nada contra la fuerza de las armas, aunque sean las armas de unos pocos. Las revoluciones no triunfan de forma idílica. El "The End" de la realidad no es el triunfo de los buenos. En el supuesto de que el "pueblo" y los "revolucionarios" fueran los "buenos", que también eso es mentira.

miércoles, 9 de marzo de 2011

"¡Indignaos!": vale... ¿y ahora qué?

"Indignez vous!" es el título de un opúsculo de un veterano (93 años) de la Resistencia francesa, Stéphane Hessel, que ha tenido una gran repercusión en el país vecino. Se trata de un panfleto en el sentido literal del término, es decir, un brevísimo (algo más de treinta páginas) texto de combate que anima a todos, pero especialmente a los jóvenes, a protestar contra el -se sobreentiende que injusto- orden establecido. Aquí ya han sido varios los que han recogido el llamamiento e incitado a aplicarlo al caso español, que falta hace en verdad. Así, un artículo de ayer en "El mundo" de Francisco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes se titulaba "Corrupción: indignaos!" La corrupción y otras muchas cosas en nuestro país debían llevar en efecto a la más profunda indignación ciudadana, pero me consta que no es indignación lo que falta. Basta hablar con cualquier persona de nuestro entorno para comprobar que de indignación estamos bien servidos. Pero... ¿para qué sirve la indignación si esa energía no se canaliza en sentido constructivo? Cualquiera puede contestar. Yo mismo lo digo: para un cabreo sordo pero a la postre inútil. En España faltan canales de participación ciudadana, mecanismos democráticos de base, asociaciones verdaderamente representativas y que puedan hacer oír su voz... ¿A quiénes podemos recurrir? ¿A los partidos políticos, a los sindicatos, por ejemplo? El español corriente desconfía profundamente de ellos y con razón, porque son organismos cerrados que sirven a los intereses de unos cuantos. Partidos y sindicatos tendrían que estar precisamente entre los primeros objetivos de la indignación. Esto es lo que nos provoca a su vez más indignación. Así que estamos indignados, más que indignados. Vale... ¿y ahora qué?