viernes, 15 de octubre de 2010

Melancolía

Esto es lo que tiene de malo el estar pegado a la actualidad: que tantas dosis de realidad cotidiana se terminan pagando con una resaca de hartazgo existencial. Cuando por las mañanas, nada más despertar, pones la radio, y luego cuando entras en internet y saltas de un medio a otro, y más tarde, cuando hojeas los periódicos y, en fin, cuando enciendes la tele, las sensaciones son las mismas (a veces hasta las noticias son las mismas: no caemos en ello porque nos cambian los nombres propios). ¡Qué hartura! ¡Qué cansancio! Supongo o, mejor dicho, me consta, que nuestra percepción de lo inmediato es, por esa misma inmediatez, tan discutible, tan distorsionada si se quiere, como las visiones que tenemos de los acontecimientos lejanos en el espacio y en el tiempo. ¿Hay acaso, podría haber acaso, una distancia media, como el justo medio aristotélico, que nos librara de la intoxicación de la proximidad y de la indiferencia de la lejanía? No, claro que no. Formamos parte inevitablemente de este mundo concreto, con sus ventajas y privilegios y también con sus limitaciones, lastres y servidumbre. El dictamen clásico habla de la melancolía como resultado del esfuerzo inútil. Déjenme por un momento el hueco del desahogo melancólico ante tanta barahúnda, como una aspiración nostálgica al retiro del mundanal ruido (hoy diríamos simplemente "desconexión").