jueves, 22 de septiembre de 2011

Ser occidental en Marrakech

Marrakech está a menos de dos horas de avión de Madrid y, por tanto, a una hora aproximadamente del sur de España. Al ladito mismo, como quien dice. A tiro de piedra, en términos de hoy en día. Y, sin embargo, es como viajar a otro mundo. No en vano advierten economistas, sociólogos y otros expertos que no hay frontera en el mundo de tanto desnivel en términos relativos como la que separa a Marruecos y España. ¡Y eso que Marrakech, como vive del turismo, se viste de ropajes modernos y atractivos! Marrakech no es obviamente el Marruecos profundo, que es mucho peor. De la misma manera que Mauritania está un escalón más abajo, y no digamos ya si nos adentramos en cualquier país del África negra. Hasta en la miseria hay niveles, claro. Como los hay en la violencia, las hambrunas o las enfermedades. Pero volvamos a Marrakech que, siendo hasta cierto punto la perla de la corona del país vecino, ofrece materia de reflexión como para llenar un tratado. ¡Qué gusto ser occidental en Marrakech! El exotismo a la vuelta de la esquina, al lado de nuestra casa, gozando del espectáculo sin riesgo alguno, con la posibilidad de volver a nuestro confort cuando nos cansemos. Dicho sea de paso, así fue en su momento la España romántica para los refinados viajeros europeos, una ración de aventuras enlatadas y unas pinceladas de color local antes de volver a la civilización. Hoy nosotros, los españoles, podemos ir al Magreb con ese mismo espíritu, con sed de experiencias gratificantes (cámara en ristre) desde la tranquilidad que otorga nuestro estrato superior. No somos esos desdentados prematuramente envejecidos, ni esos niños sucios ni, sobre todo, esas mujeres sometidas al varón y prisioneras de una negra indumentaria que, en algunos casos, les cubre hasta los ojos. Nosotros somos ricos y somos libres. Simplemente disfrutamos unos días viendo cómo viven los que no lo son.