jueves, 3 de febrero de 2011

Cantar victoria antes de tiempo

No soy muy partidario de la teoría de las generaciones, ya sea en su formulación orteguiana o en una acepción más laxa, pero he de reconocer que en algunos casos concretos sirve como basamento a determinadas hipótesis. Así, tendría por ejemplo que tomar como punto de partida para lo que ahora quiero decir mi pertenencia a un sector social que nació en la segunda parte del franquismo y que vivió su juventud o su primera madurez en el tránsito a la democracia. Como resultado de esta experiencia histórica pasamos de soportar un régimen represivo a disfrutar la democracia sin adjetivos, del mismo modo que vivimos y gozamos de un bienestar social y un progreso en todos los órdenes que era absolutamente impensable desde la perspectiva de nuestra niñez y adolescencia. No resultaba extraño por ello que se proclamara a los cuatro vientos el fin de la excepcionalidad hispana: por fortuna España no era diferente. Tanto se entusiasmaron algunos (más bien muchos) que dieron arriegados pasos por ese sendero: ya no sólo se trataba de negar el atraso español sino, muy al contrario, ufanarnos ante los demás europeos, para que tomaran ejemplo, de lo moderno, dinámico y creativo que era el ejemplar de estas tierras. Algunos dijimos entonces que, con la manía pendular que nos ha caracterizado en tantas épocas históricas, estábamos pasando de juanito a juanón, y que no se trataba de eso. Ahora, con la crisis, parece que se están abriendo muchos ojos, con el asombro que da la ceguera y la ignorancia. Como en los años cincuenta y sesenta, a la juventud española se le abre un horizonte de emigración, para conseguir fuera de nuestras fronteras lo que el país parece incapaz de ofrecer. Incluyendo en este punto lo más elemental: un trabajo, o sea, una manera digna de ganarse la vida. Volvemos a irnos a Alemania, Pepe.