lunes, 25 de mayo de 2015

El fotógrafo del horror

El fotógrafo del horror. Benito Bermejo. Prólogo de Javier Cercas. RBA, Barcelona, 2015, 2º ed. 268 pp.

El Cultural, 22-5-2015.

http://www.elcultural.com/revista/letras/El-fotografo-del-horror-La-historia-de-Francisco-Boix-y-las-fotos-robadas-a-las-SS-en-Mauthausen/36502

Las relaciones entre memoria e historia han dado lugar en muchos países en los últimos tiempos a enconados debates. Si la controversia toma como centro la llamada “memoria histórica” –un oxímoron, según reputados historiadores- las posiciones se hacen más irreductibles. En España la polémica se ha centrado en la represión de la guerra civil y la inmediata postguerra, pero no ha sido solo una discusión teórica o académica como muestran las disposiciones políticas adoptadas bajo el gobierno Zapatero y los diversos movimientos ciudadanos que reivindicaban la exhumación de fosas comunes. En ese ambiente puede entenderse el impacto –no exento de resquemores y desaprobaciones- de una obra inclasificable como la de Javier Cercas, El impostor, que solo desde una perspectiva alicorta puede calificarse de novela sin más.
Los lectores que conocen dicho libro de Cercas saben que en cierto modo el personaje principal es el propio autor, que se plantea un reto que, envuelto en formas literarias, nada tiene que ver con la ficción y sí mucho con la manera de recuperar el pasado, un pasado tan real y conflictivo que aún gravita sobre nuestro presente y nuestro futuro. Desde el punto de vista narrativo el protagonista del libro de Cercas es Enric Marco, pero este no tendría entidad alguna en ese contexto si no fuera porque queda desenmascarado como impostor por alguien que se toma la molestia de encajar pacientemente las piezas del pasado buscando algo tan simple pero tan desacreditado en estos “tiempos líquidos” como la verdad. Ese alguien es un modesto historiador llamado Benito Bermejo (Salamanca, 1963) que, paradojas del mundo que vivimos y las promociones publicitarias, adquiere de pronto una súbita relevancia. Hasta tal punto que se reedita ahora –con prólogo de Cercas- un viejo libro suyo de 2002, que había pasado inadvertido en su momento, sobre uno de los españoles de Mauthausen, Francisco Boix (1920-1951).
Si bien es verdad que la editorial apuesta ahora por el libro de Bermejo y, como consecuencia de lo anteriormente expuesto, los medios le prestan la atención que antes le negaron, no es menos cierto -y debe quedar claro en un examen crítico- que el volumen que nos ocupa es un trabajo excelente que muestra sin veladuras el horror del campo de concentración al que fueron a parar (y, en un porcentaje elevadísimo, a morir) la mayoría de los españoles que habían atravesado los Pirineos después de la guerra civil. Para diseccionar este aterrador panorama el autor pone su foco de atención en las andanzas de Boix, de manera que el volumen puede leerse al mismo tiempo como una biografía de la corta trayectoria de este fotógrafo catalán, un testimonio de las penalidades que sufrieron los reclusos (no solo los españoles) y una denuncia pormenorizada de la crueldad de la maquinaria nazi.
Aunque la fotografía suele ser mero complemento documental, en este caso y por todo lo dicho no debe dejarse en un segundo plano, pues constituye el material mismo que está en el origen y el núcleo del testimonio histórico. Además, frente a otras fuentes documentales, la fotografía (sobre todo cuando hablamos de miles de fotos, como aquí sucede) nos muestra una realidad que difícilmente se presta a interpretaciones interesadas y mucho menos a banalizaciones. En efecto, el horror en estado puro que se muestra en estas páginas está desnudo, en carne viva, como los esqueletos vivientes, los ojos aterrorizados, los cuerpos exánimes apilados para la incineración. Aunque parezca increíble, la totalidad de los testimonios de la vida (aunque este concepto es aquí un sarcasmo) en el campo durante el funcionamiento de este procede de los propios soldados y guardianes nazis. Los verdugos, lejos de esconder las sevicias, realizaron miles de instantáneas de los prisioneros, las actividades cotidianas en el campo, las atrocidades y las muertes. Lo que hizo Foix, poniendo en riesgo su estatus privilegiado en Mauthausen, fue sustraer una parte de esas fotografías (según él cerca de 20.000, aunque se conservan muchísimas menos) para que sirvieran de acusación. De hecho, y precisamente por el asunto de las fotos, Foix declaró en los procesos contra los criminales nazis de Nuremberg y Dachau. Parte de esas interesantísimas manifestaciones se reproducen en estas páginas.
Cuando llegó la derrota alemana, Boix pasó de ser ladrón de fotografías ajenas a reportero gráfico de la liberación. Con las fotos salvadas clandestinamente de la destrucción y las tomadas por él mismo, se documenta este magnífico volumen, ejemplo palmario él mismo de cómo es posible conjugar armónicamente la recuperación de la memoria con el rigor historiográfico.

martes, 12 de mayo de 2015

El fin de la "clase ociosa"

El fin de la clase ociosa. De Romanones al estraperlo, 1900-1950. Miguel Artola Blanco. Alianza Ensayo. Madrid, 2015. 312 páginas. 22 euros.

Publicado en El Cultural, 8-5-2015.

http://www.elcultural.com/revista/letras/El-fin-de-la-clase-ociosa-De-Romanones-al-estraperlo/36428

“Poseer no es un vicio sino un talento del cual son capaces los menos”. Esta cita de Oswald Spengler, que figura en mayúsculas en la contraportada, nos introduce con precisión en el tono y el ambiente del selecto círculo de privilegiados que retrata con esmero el joven historiador Miguel Artola Blanco. “Clase ociosa” la llama con acierto el autor siguiendo a Thorstein Veblen y utilizando en su caracterización algunas acuñaciones teóricas de las recientes aportaciones de la historia cultural y la sociología (Lawrence Stone, David Cannadine, Pierre Bourdieu), sin que en principio quepa entender que ello conlleva matiz peyorativo alguno.
No obstante, forzoso es reconocer que, en un medio como el nuestro, todo lo relativo a la aristocracia despierta sentimientos contradictorios, una fascinación algo morbosa compatible con un discurso políticamente correcto de rechazo frontal, deudor de la ética del mérito y el trabajo. Creo que esa es precisamente la razón de que existan tan pocos estudios sobre ese segmento social en el ámbito historiográfico español, como si estudiar a “los ricos” fuera un objetivo innoble –por decirlo de modo paradójico- o incluso sospechoso (de simpatía o connivencia). Excepciones serían en este contexto los libros de Mercedes Cabrera (que firma aquí el prólogo) y Fernando del Rey sobre la clase empresarial, a los que habría que añadir las biografías sobre personajes o familias excepcionalmente relevantes en ese medio, como Romanones, Gamazo, Medinaceli, Urquijo, Primo de Rivera, Alba, etc.
Pero el fin que persigue Artola en este libro no es tanto centrarse en las figuras más relumbrantes de ese “gran mundo” –aunque algo de ello resulta inevitable- como retratar un modo de vida (ocio, lujo, prestigio) y, sobre todo, documentar de modo pormenorizado una época (la primera mitad del s. XX) que significa el canto del cisne de la aristocracia tradicional. Para cumplir ese propósito Artola se centra en la capital, Madrid, y utiliza fuentes muy diversas –algunas inéditas o poco estudiadas, como los informes de rentas del período-, así como otros materiales de archivo, memorias y documentos de la época. No en vano el libro que comentamos procede de una tesis doctoral, cosa que se nota para bien (en su pretensión de exhaustividad) y en casi nada para mal, porque está escrito de forma clara y amena.
Dividido en dos partes que tienen a la proclamación de la República (1931) como momento clave de bisagra, la primera analiza las bases económicas del sector (sus fuentes de riqueza: rentas, posesiones, cargos), sus “señas de identidad”, sus “espacios exclusivos”, las formas de consumo y los tentáculos políticos. En la segunda parte se da más importancia a la situación política y social, porque las grandes convulsiones del período –las reformas republicanas, la guerra civil y el triunfo del franquismo- significarán un cambio fundamental en las bases de poder, condiciones de vida y estatus de esta elite conservadora y tradicional.
Frente a la visión convencional y maniquea de que el nuevo Estado instaurado por el Caudillo supuso la vuelta de esta rancia nobleza a sus antiguos privilegios, Artola muestra que, aunque en una pequeña parte fue así, en conjunto el sistema político que se consolida en España tras la contienda conlleva el socavamiento del poder de esta aristocracia, sustituida por un sector más oportunista y dinámico de estraperlistas, comerciantes y nuevos ricos. Es decir, el fin definitivo de la clase ociosa, un sector que en buena parte de Europa y América había conocido su momento de esplendor entre las décadas finales del siglo XIX y la I Guerra Mundial.
En España ese declive llegó un poco más tarde, pero se produjo de forma no muy distinta a lo que ocurrió en otras partes del mundo. En las coordenadas españolas la guerra civil fue indudablemente un factor que aceleró el proceso pero que no constituyó exactamente, como suele pensarse, un antes y un después. Simplemente, el franquismo impuso una modernización autoritaria del país que necesitaba de nuevos protagonistas económicos, sociales y políticos. En esa coyuntura la “clase ociosa” (terratenientes, rentistas, etc.) no podía actuar como si nada hubiera pasado y recuperar sin más el estatus del que había gozado durante la Restauración. Ya no pintaba nada en un mundo que se había transformado drásticamente.