miércoles, 2 de noviembre de 2011

Oporto: el sabor de la decadencia

Pasear por el centro histórico de Oporto invita a la melancolía. Y no me refiero a la melancolía tópica que deriva del fado o del supuesto carácter portugués, sino a una sensación más concreta que surge de la contemplación de una ciudad que, como las antiguas estrellas de cine, tuvo su momento de gloria y hoy sólo puede vivir del recuerdo, como un sueño prestado. Unos edificios que recuerdan al París de la belle époque, unos rincones que rezuman un leve aroma british, unas plazas que fueron señoriales, unas calles antaño concurridas..., todo está impregnado de un ambiente de pérdida. Es evidente que esas calles, plazas, rincones y edificios vivieron mejores épocas y hoy son el testimonio de una prosperidad lejana. ¿No es suficiente el Oporto para levantar Oporto? ¿No es factor dinamizador el turismo? Da la impresión de que todo -el puerto, el comercio, la agricultura y la industria- se ha venido abajo. Esa cuesta abajo, esa persistente caída que se percibe en el conjunto de Portugal. Paseando por estas calles decadentes y observando estas casas abandonadas me acuerdo de Buenos Aires, sumida también en un aura de declive y deterioro. Y me pregunto una vez más el por qué profundo de esa situación, que es como preguntarse sobre lo que hace prósperas y pujantes a las ciudades y a las naciones. ¿Qué es lo que falla? ¿El Estado? ¿La sociedad civil? ¿La cultura, las mentalidades, la ausencia de espíritu emprendedor? Ninguna de las respuestas posibles me resulta satisfactoria. Pero de lo que sí estoy seguro es de que la decadencia es un atractivo tema artístico o literario, no un destino envidiable. Me ha gustado Oporto pero no me gustaría vivir en ella.

No hay comentarios: