lunes, 26 de mayo de 2014

Cuadernos de guerra

Louis Barthas: Cuadernos de guerra [1914-1918]. Prólogo de Rémy Cazals. Traducción de Eduardo Berti. Páginas de Espuma, Madrid, 2014. 648 pp.

El Cultural, 23-5-2014, p. 20.
http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/34723/Cuadernos_de_guerra_(1914%C2%961918)

Louis Barthas era un tonelero francés nacido en Homps, departamento de Aude, en la región de Languedoc-Rosellón. Tenía treinta y cinco años cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Fui movilizado, primero como parte del ejército de reserva y luego, cuando se produjeron las primeras bajas masivas, en la primera línea de combate. A comienzos de noviembre de 1914 ya estaba participando en la terrible guerra de trincheras y en otras encarnizadas operaciones bélicas. Pasó en esa situación tres años y medio, hasta abril de 1918, fecha en la que fue destinado a la retaguardia. Durante ese período tuvo ocasión de vivir, la mayor parte del tiempo como cabo, los combates más feroces de la Gran Guerra, como las batallas de Verdún y el Somme.
Hasta donde se ha dicho la experiencia de Barthas no fue muy distinta a la de cientos de miles de compatriotas, o incluso millones de europeos de su generación (y otras generaciones más jóvenes incluso), que vivieron, sufrieron y en muchísimos casos murieron en la más cruenta contienda que había conocido hasta entonces el Viejo Continente. Lo que tiene de especial el caso de Barthas es que durante todo el tiempo que estuvo en el frente consignó meticulosamente sus experiencias en unos cuadernos escolares que, luego, terminada la guerra, pasó a limpio con el mismo esmero. El resultado de todo ello son diecinueve cuadernos (nada menos que 1732 páginas manuscritas) que dan cuenta de las vicisitudes del soldado de a pie durante esos terribles años.
Como suele ser habitual en estos casos de personajes sin gran relevancia pública o profesional, el testimonio de Barthas permaneció metido en un cajón, prácticamente inédito, hasta que en 1978 el editor François Maspero, al que algunos amigos de la familia habían hecho llegar el manuscrito, decidió que merecía la pena su publicación. Su éxito fue inmediato y su impacto, más que notable. No puede decirse propiamente que se trate de una obra insólita porque disponemos de otros testimonios semejantes desde la perspectiva de uno y otro bando, pero el libro de Barthas destaca por su amplitud, precisión y minuciosidad. No se le puede pedir desde luego la calidad literaria de –pongamos por caso- un Jünger, cuyo Diario de guerra reseñamos en estas mismas páginas no hace mucho, pero el texto constituye un fresco impresionante de la penosa vida del combatiente, entre inmundicias, lodo, frío, hambre, sed, dolores y todo tipo de angustias y padecimientos, amén naturalmente de la muerte a mansalva que es la cotidianeidad del soldado.
A partir de lo consignado puede entenderse perfectamente que Barthas no sea neutral ni frío en su relato. Todo lo contrario. Su texto está imbuido de un profundo espíritu antimilitarista. Su oposición a la guerra –“la maldita guerra”- tiene un carácter absoluto. Pero no se trata de un rechazo genérico o abstracto, sino sustentado en su experiencia concreta de soldado que ve como se deciden unas ofensivas tan sangrientas como estériles, hasta el punto de que el escenario bélico se convierte simplemente en un inmenso matadero. A tono con ello, la obediencia de los soldados se sustenta no tanto en el respeto a sus superiores como en el terror inmisericorde que estos despliegan para que se cumplan las órdenes, por muy absurdas que sean.
El último cuaderno (el que hace el número diecinueve), significativamente titulado “el final de la pesadilla”, consigna el ansiado momento de la liberación: el 14 de febrero de 1919, “un sargento chupatintas” le extiende una hoja y le dice “queda usted libre”. La página final relata la emoción del hombre que ha estado tentando a la muerte durante más de cuatro años y vuelve a sentir los placeres menudos de la vida: “tras años de pesadillas, disfruto la felicidad de vivir (…) y siento una tierna alegría” con las cosas cotidianas. Simplemente… “sentarme en mi casa, a la mesa; echarme en mi cama para acechar el sueño (…); oír cómo la inofensiva lluvia golpea contra las baldosas; contemplar una noche estrellada, serena, silenciosa”…

No hay comentarios: