jueves, 5 de marzo de 2015

Servicios Secretos del franquismo

Los Servicios Secretos de Carrero Blanco. Los orígenes del CNI. Juan María de Peñaranda. Espasa, Madrid, 2015. 312 pp.

Publicado en El Cultural, 27-02-2015.

http://www.elcultural.es/revista/letras/Los-servicios-secretos-de-Carrero-Blanco-Los-origenes-del-CNI/36031

Los especialistas e interesados en el estudio de los Servicios Secretos recordarán sin duda el libro anterior del general Peñaranda (Palencia, 1933), publicado no hace mucho en esta misma editorial con el título de Desde el corazón del CESID (2012). Se abordaba en dicha obra la evolución de los servicios de información españoles desde la muerte de Franco hasta cerca del 23-F. El volumen en cuestión era una síntesis de una parte de la tesis doctoral del autor, que había presentado en la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM bajo el título de Los servicios de inteligencia y la Transición política española (1968-1979). Como había quedado sin publicar una gran parte de la mencionada tesis, Peñaranda ofrece ahora una nueva síntesis, en esta ocasión de la primera parte de su voluminoso estudio. El lapso que cubre es, por lo ya dicho, anterior al otro libro de Espasa: desde la agitación universitaria de 1968 hasta el asesinato de Carrero Blanco en 1973.
El punto de partida es la llamada Organización Conde, creada a raíz de la inquietud que produce en el régimen franquista el posible contagio en el medio universitario español del Mayo del 68 francés. Por eso, paradójicamente, aparece implicado en estos primeros ensayos de servicios de inteligencia el Ministerio de Educación y Ciencia y su titular de entonces, Villar Palasí. Los acontecimientos de los años 1969 y 1970 (desde la proclamación de don Juan Carlos como heredero de la Jefatura del Estado al Proceso de Burgos) y, sobre todo, la agitación en otros ámbitos distintos al universitario conduce a la creación de la Organización Contrasubversiva Nacional (OCN), que dependía del Ministro de la Gobernación, entonces Garicano Goñi.
Desde esos primeros pasos, el protagonista indudable es –y lo será a todo lo largo del período- el comandante José Ignacio San Martín, con el almirante Carrero Blanco como jefe supremo de una red de documentación e información cada vez más tupida y eficaz. Esos dos personajes son fundamentales en la reorganización que lleva al nacimiento en 1972 del Servicio Central de Documentación (SECED), dependiente de la Presidencia del Gobierno. Dice Peñaranda que con la creación del mencionado Servicio “terminaba una fase en la consolidación institucional de las actividades contrasubversivas”. El capítulo siguiente describe lo que el autor llama “la actividad abierta del SECED”: son unas páginas (159-205) particularmente interesantes porque no tratan solo de la recopilación de información sino del conjunto de la vida nacional de entonces, con las preocupaciones y temores del régimen en primer plano. No estamos hablando solo de cuestiones políticas porque, como Peñaranda subraya, el SECED “se vio obligado a abrir el abanico de sus relaciones, pues el almirante Carrero también se interesaba por determinados asuntos económicos y sus protagonistas” (p. 179).
El tramo final del libro se detiene en la ascensión y muerte de Carrero, es decir, el crucial año de 1973, desde el momento en que empieza a rumorearse la designación del almirante para la Presidencia del Gobierno hasta el atentado que le costó la vida el 20 de diciembre de aquel año. Al hilo de los acontecimientos, que Peñaranda va desgranando sin añadir novedades importantes, se realiza un sucinto repaso de lo que el autor no duda en calificar de “fantasías posteriores”: se refiere básicamente a las especulaciones sobre la intervención de la CIA en el atentado de la calle Claudio Coello. Unas sospechas de todo punto infundadas, recalca una y otra vez, que provocarían hilaridad si no fuera porque, por su tergiversación expresa, producen indignación.
El lector informado sabe que no encontrará en este libro grandes revelaciones. Peñaranda es un profesional, amén de una persona discreta, y dice solo que quiere decir. Ya lo advierte Luis María Anson en las “palabras preliminares” del volumen: “deja en el aire la sospecha de que sabe mucho más de lo que cuenta”. De eso no cabe duda. El libro es valioso para el interesado en la maquinaria interna y en la organización burocrática de los servicios secretos. Supongo además que las exigencias editoriales de no hacer un volumen muy extenso han obligado a que se supriman las referencias concretas a los múltiples documentos de gran valor que Peñaranda ha debido manejar.

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