martes, 12 de abril de 2011

Nostalgia de otra vida

Como en casi toda película que merece la pena, en Mademoiselle Chambon, anodino título para una obra rebosante de sensibilidad, hay múltiples matices o, como podría decirse más pedantemente, múltiples lecturas posibles. No voy a hacer nada que se parezca a una crítica de la película que ha dirigido Stéphane Brizé, ni detenerme en bosquejar esas diversas facetas, que saltarán a la vista de cualquiera que contemple la cinta con una mínima receptividad. Quiero tan sólo resaltar un aspecto que, siendo importante, no tiene por qué ser objetivamente esencial en la construcción de la historia, pero que a mí me parece atractivo objeto de reflexión: un albañil, casado, con una familia cohesionada y una vida estable (podría decirse que moderadamente feliz), se encuentra de pronto sin quererlo ni buscarlo atraído por la maestra de su hijo, una mujer de superior cultura y modales más refinados. La música clásica -en concreto, las piezas para violín que ella ejecuta con pudor de simple aficionada- constituye el ámbito etéreo de una confluencia tan sugestiva como a la postre inviable. El hombre encuentra de ese modo que está viviendo una determinada existencia, pero que otras vidas (¿mejores, peores?) fueron (¡y son!) también posibles. En cualquiera de las opciones, la renuncia es inevitable: existir es siempre elegir y con ello renunciar a otras vidas posibles. Y así, al tiempo que se vive, se deja uno ganar también por la melancolía que genera la conciencia de todo lo que no se vive, todo lo que uno está perdiendo: nostalgia de otra vida. Otras vidas posibles -imaginadas- y sólo una vida realmente vivida.

No hay comentarios: