jueves, 17 de junio de 2010

Los huevos de la serpiente

Las cosas no suceden por casualidad. Incluso aquellos hechos que nos toman por sorpresa y llamamos inesperados o imprevisibles, suelen tener unas raíces, un caldo de cultivo, un proceso (observable) de gestación. Obviamente las contingencias existen, como la suerte impredecible o la desgracia inescrutable. No pretendo ser tan dogmático como para negar algo al alcance de cualquier experiencia vital. A un nivel más elevado, se ha discutido mucho sobre la casualidad en la historia –la llamada “nariz de Cleopatra”- y hasta qué punto debe conjugarse con la causalidad –los factores estructurales-. La vida -individual y colectiva- tiene un componente azaroso. Pero no es menos cierto que por pereza, miedo o ignorancia abusamos de ese ingrediente atribuyéndole un margen de influencia que no le corresponde. Porque nos corresponde a nosotros, a nuestras acciones u omisiones. Es fácil –y cómodo- hacerse luego el sorprendido. Pienso todo esto a raíz de las últimas medidas adoptadas para embridar la crisis económica. A los de abajo nos toca hacer de “paganos”. Enfrente, con una contumacia digna de mejor causa, una clase política solipsista –de todos los partidos- sigue acaparando prebendas y dilapidando recursos que no les pertenecen, o que no les debían pertenecer, porque son de todos. Tarde o temprano la indignación, que ahora permanece soterrada, estallará de alguna manera. Y habrá muchos que se preguntarán sorprendidos: ¿cómo ha sido posible?

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